Javier Iglesias, Casa de Galicia – Madrid

lunes, 29 de marzo de 2004

La mirada preocupante

por Francisco Pablos (A.E.C.A.) de la Real Academia de Bellas Artes de Galicia

Javier Iglesias, Casa de GaliciaSi fuese sólo la realidad estricta, la pintura de Javier Iglesias se quedaría en la etapa inicial del largo, difícil camino que el artista se ha propuesto recorrer. Acaece que su mirada aguda, escrutadora, preocupante, penetra en esa realidad y capta cuando el ojo común pierde, en la fugacidad de su contemplación, para darnos el pormenor, la aparente minucia; el detalle como mínimo, que semeja tan poco y sin embargo es tanto, para que el espectáculo plástico, ahondando en la verdad, quede trascendido, recreado, total.

Paradójica actitud, puesto que, por poca que sea nuestra sensibilidad, apreciaremos dinamismo, vida pálpito sutil en esta aparente estaticidad. Porque las referencia, tan serenas, tan dormidas, laten, preocupan, y el aire mismo, delgado, limpio, resulta táctil, envolvente de una luz clara, de una sombra tenue. De un ventanal a través de cuyos reflejos intentamos adivinar la vida que alberga. Deseamos saber, y casi vemos, cómo crece esa brizna de hierba, esa vegetación precisa, las ondas de ese mar de estampa intemporal, acerado, o el remanso de ese lago en el que flotan o navegan hojas caídas de árboles añosos de corteza caprichosa, cual labrada por ofebre.

Quisiéramos saber a dónde conducen esas veredas sin fin en las que el tiempo se ha detenido y el pintor ha reencontrado, tal que proustianamente, para decirnos el primor de lo minúsculo, la belleza de lo sencillo; la fuerza expresiva, en fin, de lo cotidiano.

Cierto es que hay otros mundos, pero están en éste, como afirmó Paul Eluard. Para saberlo, y conmoverse íntimamente al comprenderlo, basta con identificarse con esta pintura que arrebata a la realidad sus más íntimos secretos, y nos los da en gamas frías, en perfiles precisos, en recortadas y casi silueteadas formas.

Frente a la fugacidad del tradicional y no pocas veces tópico impresionismo, la exactitud, la verdad que enhechiza voluntades y prende y retiene en inagotables sugerencias, hasta sentir deseos de habitar estos ámbitos, rurales, marinos, urbanos. Así se comportaron los paisajistas flamencos del Barroco, en repertorio que es lección permanente, sin adscripción a modas.

Obra perfeccionista, de morosa concepción y lentísima ejecución, casi caligráfica. Los pinceles, como cálamos, dibujan y cromatizan la tela de soporte con la delicia de los maestros del pasado; de aquéllos que ilustraron Las muy Ricas Horas del Duque de Berry, para asegurar que lo cotidiano es perdurable, y que todo puede ser pintura, si el artista se empeña en ello.

Maestros señeros del pasado habrían admitido en su gremio a Javier Iglesias, saludando su hermanamiento con alborozo. Frente al tachón del inexperto, frente a la prisa injustificada de tanta falsa vanguardia efímera, la obra bien hecha, actualísima y sin edad de este gallego razonante, de retina privilegiada, que perpetúa lo común y enaltece lo vulgar.

Y es que Javier Iglesias es capaz de detener el tiempo, de aprehender la luz, de volver a labrar formas, volúmenes, perfiles, para darnos la emoción de la desnudeza engañosa de su pintura, tan recatadamente vestida.

descargar publicación en formato pdf
Etiquetas:
Comentarios: RSS 2.0
Compartir en Facebook

Deja un comentario